Lo que Los Supersónicos aún nos enseñan sobre la IA - Adriana Páez Pino
Lo que Los Supersónicos aún nos enseñan sobre la IA - Adriana Páez Pino

De niña, mi idea del futuro venía de Los Supersónicos. Esta semana, mientras preparaba mi edición de Descubriendo la IA en el trabajo, entendí por qué sigo volviendo a ese recuerdo. La serie era una ventana a un mundo donde todo parecía posible. Me fascinaban las vías aéreas por donde los carros se movían sin caos y la escena que más me impresionaba poder ver a la otra persona mientras hablaban. Esa mezcla de movilidad ordenada y comunicación directa me parecía extraordinaria. Y, claro, también me encantaba la idea de que alguien hiciera el oficio por mí. Automático, preciso, casi mágico. Sentía que ese mundo debía existir.
Con el tiempo entendí que esa fascinación no hablaba solo de comodidad. Había una pregunta más profunda. Cómo funcionaba todo eso, qué lógica permitía que la tecnología integrpara cada movimiento. Esa curiosidad fue la semilla que me llevó a estudiar Ingeniería Electrónica. Mientras muchas niñas imaginaban otros futuros, yo quería construir tecnología que hiciera posible esa vida ligera que veía en pantalla.
En Los Supersónicos la tecnología no deslumbraba. Funcionaba. Quitaba ruido, resolvía lo tedioso y devolvía tiempo. Hoy, cuando la inteligencia artificial ya es parte de nuestra rutina, la comparación surge sola. Prometimos un futuro más simple y, aun así, convivimos con agendas saturadas y una sensación constante de estar resolviendo más de lo que deberíamos.
Por eso vuelvo a Los Supersónicos cuando hablo de IA. No porque anticiparan cada avance, sino porque capturaron algo esencial. La esperanza de que la tecnología liberaría espacio mental y emocional para lo importante. Ahora que la IA es una realidad, la pregunta no es si tendremos autos voladores. Es otra. Cuánto de ese futuro que imaginamos estamos realmente construyendo y cuánto seguimos posponiendo.
2. Robotina mucho más que una empleada doméstica
Entre todos los inventos de Los Supersónicos, Robotina siempre fue la que más me intrigó. En mi casa había empleada, así que no la veía como una figura aspiracional. Lo que me sorprendía era cómo funcionaba. No pedía instrucciones largas, no repetía pasos, no hacía ruido. Entendía lo que estaba pasando y actuaba con una precisión que, sin saberlo, ya me hablaba de ingeniería.
Robotina resolvía de principio a fin. No mostraba diez opciones ni devolvía trabajo. Si alguien necesitaba algo, ella lo entregaba completo. Si veía un problema, lo corregía antes de que se volviera visible. Era una asistente que integraba contexto, decisión y acción. Vista desde hoy, su comportamiento se acerca más a un agente que a un chatbot. Y eso explica por qué sigue siendo un referente tecnológico.
Con el tiempo entendí otra capa. Robotina no solo hacía tareas. Sostenía la vida de la casa. Estaba atenta a cada miembro de la familia, acompañaba, equilibraba. Esa mezcla de resolución y cuidado la hacía distinta. No era la fantasía de un servicio doméstico perfecto. Era la idea de una tecnología que funciona sin convertirse en carga, que ayuda sin generar más trabajo, que está pero no interrumpe.
Si comparo esa imagen con muchas interacciones actuales con la IA, la diferencia es clara. Seguimos uniendo piezas, revisando resultados, corrigiendo errores. Tal vez por eso Robotina permanece en el imaginario. No por nostalgia, sino porque representaba algo que todavía intentamos construir. Una tecnología capaz de actuar con sentido y no solo responder con velocidad.
Por eso, cuando hoy hablamos de agentes, la referencia vuelve. Robotina interpretaba, decidía y ejecutaba. No hacía magia. Hacía lo que una buena tecnología debería hacer. Reducir fricción. Aportar orden. Facilitar la vida sin exigir explicaciones constantes. Esa idea, más que el personaje, es la que sigue siendo vigente.
3. Lo que nadie nombraba en Los Supersónicos
En medio de ese futuro brillante donde las máquinas resolvían casi todo, había un detalle que pasaba desapercibido. El mundo de Los Supersónicos también estaba sostenido por mujeres. Jane organizaba el hogar, Judy crecía en medio de expectativas y Robotina mantenía la casa funcionando. El futuro parecía moderno, pero el trabajo de cuidado seguía siendo invisible.
Con el tiempo entendí algo más. Cuando la tecnología se diseña para acompañar, servir o asistir, casi siempre recibe nombre de mujer. Alexa, Siri y tantas otras voces digitales lo muestran con claridad. En cambio, cuando la tecnología se asocia con fuerza o autoridad, los nombres suelen ser masculinos. Estos patrones no son casuales. Reflejan cómo imaginamos los roles en la vida cotidiana, incluso cuando hablamos de innovación.
Mi propio camino también me ayudó a verlo. Elegí estudiar ingeniería en un momento en el que no era común ver muchas mujeres en esos pasillos. Y aun así insistí, no por desafío, sino por convicción. Me movía la idea de una tecnología que liberara tiempo y facilitara vidas. Esa motivación sigue vigente para muchas mujeres que hoy buscan en la IA una forma de equilibrar trabajo, familia y propósito.
Por eso hablo de estos temas en mis espacios. No se trata solo de aprender una herramienta. Se trata de reconocer que la presencia de mujeres en la creación y el gobierno de la tecnología transforma lo que consideramos progreso y redefine para quién funciona realmente ese futuro que imaginamos.
4. De Robotina a los agentes de IA, cuando la tecnología empieza a asumir tareas completas
Si miro a Robotina desde la perspectiva actual, lo que destaca no es la fantasía futurista, sino su capacidad de asumir una tarea hasta terminarla. No devolvía opciones ni delegaba el trabajo al usuario. Interpretaba, decidía y actuaba. Ese comportamiento, que en la serie se daba por sentado, es precisamente lo que la IA está empezando a intentar replicar con los agentes.
Durante años la interacción con la tecnología fue lineal. Preguntábamos y recibíamos una respuesta. La carga de decidir el siguiente paso seguía siendo nuestra. Hoy la conversación se mueve a otro nivel. No buscamos herramientas que contesten, sino sistemas capaces de avanzar por sí mismos dentro de un marco definido. En eso consisten los agentes. No son asistentes conversacionales mejorados, sino estructuras que pueden ejecutar procesos completos apoyándose en distintas fuentes y herramientas.
En la práctica, un agente no se limita a entregar un borrador o sugerir una idea. Puede buscar información, organizarla, probar rutas, corregirse y producir un resultado final sin intervención continua. Es un cambio en el tipo de relación que establecemos con la tecnología. Más que una interacción puntual, es una colaboración estructurada donde la persona define el propósito y la IA desarrolla el camino.
Yo ya los uso. Automatizan partes largas de mi trabajo. Aun así, no son autónomos, necesitan reglas claras, límites precisos y un nivel de intención que la ficción nunca mostró. Robotina daba la impresión de comprenderlo todo. La IA actual requiere que le enseñemos cómo operar y qué evitar.
Por eso los agentes abren una conversación distinta. No sobre lo que la tecnología puede hacer, sino sobre lo que queremos que haga. El riesgo no está en que avancen demasiado, sino en que los diseñemos sin criterio, sin propósito o sin entender las implicaciones de delegar tareas completas. Robotina resuelve en la pantalla porque alguien imaginó un futuro ordenado. Los agentes, en cambio, nos obligan a construir ese orden paso a paso.
Cuando vuelvo a ver la serie con ojos adultos, descubro algo que de niña no veía. No era una historia sobre máquinas. Era una propuesta sobre cómo debería sentirse la tecnología en la vida diaria. Ligera, disponible, casi transparente.
Ese contraste con nuestro presente deja varias ideas que aún son válidas. La primera es sencilla. La tecnología debería devolver tiempo, no multiplicar tareas. Hoy usamos herramientas que prometen eficiencia, pero terminan exigiendo más atención y más pasos que los que resuelven.
También está lo que Robotina hacía sin explicación. Entendía rutinas, anticipaba necesidades y actuaba sin que nadie tuviera que detallar cada instrucción. En la vida real nada de eso ocurre por arte mágico. Si queremos que la IA actúe con criterio, necesitamos explicitar lo que antes dábamos por hecho. Poner en palabras lo que en nuestra mente siempre ha sido intuición. Traducirlo, documentarlo, volverlo parte de un sistema.
Y hay otro punto que no quiero dejar por fuera. El futuro que mostraba la serie estaba lleno de máquinas, pero sostenido por mujeres. Es un recordatorio de algo que me acompaña desde mis inicios en ingeniería. Cuando más mujeres participan en el diseño y en el gobierno de la tecnología, cambia lo que se crea y también para quién se crea. No es un detalle menor. Es la diferencia entre reproducir el mundo que ya tenemos o imaginar uno distinto.
Los Supersónicos no predijeron exactamente nuestro presente, pero dejaron una tensión que sí reconocemos. Ellos imaginaron primero y construyeron después. Nosotros recibimos la tecnología antes de haber decidido qué sentido queremos que tenga. Y ese desfase exige una postura clara. No se trata de perseguir la fantasía de Robotina. Se trata de elegir con cuidado qué vale la pena automatizar y qué necesitamos preservar como experiencia humana.
Si hoy pudieras decidirlo, qué parte del sueño de Los Supersónicos te gustaría que la IA hiciera realidad y cuál preferirías mantener en manos humanas.
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