¿Qué guardarán los museos del futuro: monedas o memorias digitales? - Adriana Páez Pino
¿Qué guardarán los museos del futuro: monedas o memorias digitales? - Adriana Páez Pino

Entrar a un museo siempre es un viaje en el tiempo. Frente a una vitrina llena de monedas y medallas antiguas, uno entiende que no se trata solo de metal trabajado. Cada pieza guarda la historia de una civilización, refleja el poder de un gobernante y muestra la confianza de una sociedad en aquello que consideraba valioso.
Mirando esas monedas pensé en nuestro presente. Hoy, gran parte de lo que mueve la economía ya no se puede tocar. El valor dejó de estar grabado en oro o plata y pasó a lo intangible, sostenido por códigos, algoritmos y redes que validan lo que antes garantizaba el peso de un objeto.
En esta edición de Descubriendo la IA en el trabajo quiero detenerme en dos preguntas inevitables: ¿qué guardarán los museos del futuro cuando quieran contar la historia de nuestra era digital? ¿Serán vitrinas de monedas o de memorias digitales?
Y en paralelo, me pregunto también qué significa esto para el mundo laboral. Porque cada transformación en la forma de representar el valor crea nuevas profesiones y desplaza otras. Si en el pasado hubo acuñadores, banqueros o archiveros, hoy aparecen desarrolladores de blockchain, curadores digitales y especialistas en gobernanza de datos. Al final, lo que cambia no son solo los objetos que conservamos, sino también los trabajos que nacen para darles sentido.
En esta edición de Descubriendo la IA en el trabajo quiero detenerme en dos preguntas inevitables: ¿qué guardarán los museos del futuro cuando quieran contar la historia de nuestra era digital? ¿Serán vitrinas de monedas o de memorias digitales?
La evolución del valor: del metal al código
Durante siglos, el valor estuvo ligado a lo que podía sostenerse en la mano. Oro, plata o bronce eran riqueza y, al mismo tiempo, el reflejo del poder de quien los acuñaba. Confiábamos en el metal porque confiábamos en la autoridad que lo emitía.
Con el tiempo, esa confianza pasó al papel. Los billetes nacieron como promesas respaldadas por bancos y gobiernos, que aseguraban contar con reservas para sostenerlos. El metal ya no estaba presente, pero aún existía la idea de un soporte visible que daba seguridad. Incluso cuando en el siglo XX muchos países abandonaron el patrón oro, hubo resistencia, porque significaba confiar ya no en un metal sino en instituciones financieras capaces de sostener esa promesa.
Hoy vivimos un salto aún más radical. Las criptomonedas no pesan ni ocupan espacio físico; circulan en redes distribuidas que validan cada transacción. Ya no observamos un rostro grabado en una moneda ni un billete firmado por un banco central, sino registros digitales que se sostienen en tecnología blockchain.
Este tránsito del objeto físico al código invisible no es solo un cambio de formato. También transforma la manera en que entendemos la confianza y en quién la depositamos como sociedad. Y con ello se reconfiguran nuestras formas de intercambiar, trabajar y contar la historia. Lo que antes requería acuñadores de monedas o impresores de billetes, hoy demanda programadores, auditores de sistemas y especialistas en seguridad digital. El trabajo, como la memoria, se adapta a los soportes en los que elegimos depositar nuestro valor.
En el Museo de las Civilizaciones de Anatolia, una ilustración muestra cómo se acuñaban las monedas: un martillo, dos sellos y un golpe preciso bastaban para crear el símbolo del valor.Esa escena resume siglos de historia: el momento exacto en que la confianza se convertía en metal.
Hoy, ese “golpe” se da en un entorno invisible, donde el código y los algoritmos reemplazan al yunque y al martillo.

Los museos nunca han sido neutrales. Cada vitrina refleja decisiones sobre qué merece recordarse y qué puede quedar en el olvido. Son espacios donde la memoria se organiza, se interpreta y, en muchos casos, se utiliza para reforzar narrativas de poder. Lo que vemos expuesto es solo una parte de lo que existió, seleccionada por criterios históricos, políticos o culturales.
En el mundo digital ocurre algo parecido. Los algoritmos que gobiernan nuestras redes también deciden qué permanece y qué desaparece, qué se muestra y qué se oculta. Si antes eran curadores y directores de museos quienes moldeaban la memoria colectiva, hoy son las plataformas digitales y sus sistemas de clasificación los que escriben silenciosamente esa historia.
Esto no es solo una hipótesis. Ya existen espacios que intentan conservar lo intangible. El Museum of Crypto Art (M○C△), por ejemplo, exhibe obras en formato NFT dentro de galerías virtuales y busca repensar la forma en que se construye el patrimonio cultural en la era digital (museumofcryptoart.com). Al mismo tiempo, hemos visto lo opuesto: memorias digitales que desaparecen de un día para otro. En 2019, MySpace perdió cerca de 50 millones de canciones debido a un fallo en la migración de servidores, borrando una parte significativa de la cultura musical en línea. Lo que antes se deterioraba con el paso del tiempo, hoy puede esfumarse en segundos por un error técnico, un cambio de formato o la decisión de una plataforma de cerrar sus puertas.
Surge entonces una inquietud inevitable: ¿qué vitrinas digitales heredarán las próximas generaciones? ¿Cómo se contará la historia de un tiempo en el que los objetos físicos son reemplazados por datos, códigos y transacciones invisibles?
El papel de la inteligencia artificial en la posteridad
La inteligencia artificial ya trabaja tras bambalinas en la conservación de la memoria. Archivos históricos y museos utilizan IA para clasificar documentos, restaurar imágenes antiguas y organizar colecciones que serían imposibles de manejar manualmente. Gracias a estos sistemas, hoy podemos acceder a piezas que de otro modo quedarían ocultas o fragmentadas.
Un ejemplo concreto es el uso de IA en el Smithsonian: investigadores han aplicado algoritmos de deep learning para diferenciar entre especies de plantas escaneadas digitalmente en su herbario, clasificando especímenes similares con una precisión mayor al 90 %. Este proyecto forma parte de los esfuerzos de digitalización masiva del Smithsonian, que combinan ciencia, datos y patrimonio cultural para que sus colecciones sean accesibles globalmente. Smithsonian Magazine
Pero la memoria digital también posee una característica inquietante: puede cambiarse. Lo que en un museo físico permanece intacto durante siglos, en el mundo digital puede alterarse con una simple actualización, manipulación o error de código. La IA potencia esa posibilidad de transformación, y al mismo tiempo hace más difícil detectar cuándo la historia ha sido modificada.
Este escenario abre nuevas rutas profesionales. Si antes existían curadores u archivistas tradicionales, hoy aparecen especialistas en preservación digital, auditores algorítmicos, científicos de datos con sensibilidad histórica. La pregunta deja de ser solo qué conservar, para convertirse en cómo garantizar que ese pasado digital sea veraz, accesible y confiable para las generaciones futuras.
Al observar una moneda antigua en una vitrina entendemos que el valor cambia de forma, pero siempre mueve a las sociedades. En algún momento fue el metal, después el papel y ahora son registros digitales que no podemos tocar. La historia de la humanidad está marcada por esos símbolos de confianza que, una y otra vez, transforman el comercio, el trabajo y la memoria colectiva.
La diferencia es que hoy el soporte es invisible y frágil. Lo digital puede perderse, borrarse o reescribirse con facilidad. Por eso necesitamos reflexionar no solo sobre quién custodia esa memoria, sino también sobre cómo se está construyendo el trabajo que la hace posible. La inteligencia artificial puede ayudarnos a conservar, pero también nos obliga a preguntarnos qué historia queremos dejar como herencia.
Al final, la tecnología es solo el medio; la dirección la marcan nuestras decisiones humanas. Y aquí surge la invitación: si dentro de 200 años alguien visita un museo de nuestra época, ¿qué crees que encontrará en sus vitrinas monedas, memorias digitales o algo que aún no imaginamos?