Cuando mi madre me preguntó por la IA

- Adriana Páez Pino

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Esta semana celebro el Día de la Madre, pero no como una fecha más en el calendario ni desde una mirada comercial. Lo hago desde la conciencia de todo lo que implica ese rol: acompañar, formar, sostener, transformar. Ser madre también es un trabajo silencioso, constante, profundamente humano que rara vez aparece en los informes, pero que da forma a lo que somos.

Hoy quiero rendir homenaje a la persona que me dio la vida, que ha estado presente en cada etapa de mi camino y que, aún a sus 80 años, sigue enseñándome el valor de observar, de asombrarse ante el mundo y de seguir evolucionando. Su rol no se ha limitado a ser madre; ha sido guía, soporte, y también abuela: parte esencial de nuestras alegrías, nuestras decisiones y nuestras historias compartidas.

Tengo la fortuna de celebrar este día mientras estoy de viaje con mis padres. Y entre recorridos, entradas a museos y conversaciones, me conmueve ver cómo mi madre se sigue sorprendiendo ante lo nuevo: desde observar con atención un instrumento desconocido en un museo, hasta detenerse a admirar la arquitectura moderna de la ciudad. Hace preguntas, sonríe con esa mezcla de curiosidad y sabiduría, y me recuerda que aprender no depende de la edad, sino de la actitud con la que se mira el mundo.

Por eso, esta semana no escribo desde una visión técnica de la inteligencia artificial. Escribo desde la memoria, la gratitud y el aprendizaje que se transmite entre generaciones. Porque hay cosas que solo se entienden de verdad cuando una se detiene a mirar, a escuchar, a acompañar… y a agradecer. Y como hija, madre y profesional, reconozco que muchas de las herramientas que hoy uso para liderar, enseñar y transformar, las aprendí antes mucho antes de que existiera cualquier algoritmo.

Lo que ella me sigue enseñando (y cómo lo aplico hoy)

En estos días me he encontrado reflexionando sobre las enseñanzas que mi madre me sigue transmitiendo. No se trata de recuerdos lejanos, sino de aprendizajes que continúan llegando a través de su forma de vivir, de mirar el mundo, de acompañar a quienes ama.

Ella no enseña con discursos, sino con gestos cotidianos, con una coherencia silenciosa que se vuelve guía. Y es precisamente esa forma de estar en el mundo la que me sigue inspirando a liderar, a formar, a tomar decisiones y a adaptarme, incluso en este presente lleno de transformaciones tecnológicas.

  • La curiosidad sin miedo A sus 80 años, sigue abierta a descubrir lo nuevo, a observar cómo han cambiado los lugares, a hacer preguntas, a dejarse sorprender. Esa curiosidad genuina me recuerda que para acercarse a la inteligencia artificial —como a cualquier innovación— no se necesita saberlo todo, sino tener disposición para explorar, aprender y confiar en la evolución.
  • La disciplina que transforma sin alardes Trabajó toda su vida. En ausencia de su padre, apoyó con determinación la educación universitaria de sus hermanas menores. Hoy, como abuela, ha estado presente en los deportes de sus nietos, y sigue activa en su comunidad religiosa: visita enfermos, sirve en Emaús, y acompaña con entrega donde se la necesita. Su forma de vivir no ha sido silenciosa, ha sido elocuente. Porque habla con el ejemplo. Esa misma constancia es la que me sostiene hoy en mis compromisos. Incluso en medio de viajes, no abandono este espacio que es mi blog semanal: lo honro como un acto de gratitud hacia lo que ella me ha enseñado. Cumplir con lo que importa, aunque nadie lo pida. Estar presente, aunque no se vea.
  • El cuidado que impulsa Mi madre nunca entendió el cuidado como inmovilidad. Siempre ha sido impulso. Su forma de cuidar es abrir camino, sostener sin retener, estar sin invadir. Esa mirada me sigue mostrando que el verdadero liderazgo no se basa en proteger para evitar caídas, sino en acompañar para avanzar juntas. Y eso es también lo que hago al enseñar cómo la inteligencia artificial puede ayudarnos a liberar tiempo, a tomar decisiones más claras y a crear espacios donde el cuidado y la innovación convivan sin contradicción.
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Cuando la tecnología también aprende de lo humano

Durante años hemos hablado de inteligencia artificial como una revolución técnica. Pero mientras acompaño a mi madre en esta etapa de su vida, confirmo algo que sostengo con convicción: la verdadera innovación no está solo en lo que creamos, sino en lo que elegimos preservar.

La IA puede ayudarnos a ser más productivas, sí. A tomar decisiones más informadas, también. Pero su mayor valor no está en acelerar, sino en permitirnos detenernos. Liberar tiempo no solo para “hacer más”, sino para estar más: presentes, disponibles, conectadas.

Hace poco, mi madre me preguntó con total sencillez:

Hija, ¿y eso de la IA que escribes... qué significa?

No es que no supiera de qué trataba, sino que no tenía claras las siglas. Su pregunta, más que técnica, era una muestra de interés genuino. Quería entender, acompañar, estar cerca de lo que hago, aunque no sea su mundo. Y eso me recordó que la curiosidad no tiene edad ni título. Que una mente abierta es siempre el mejor punto de partida.

Verla hoy, activa, curiosa, comprometida con su comunidad, me confirma que el progreso no es lineal ni homogéneo. Y que la tecnología debe adaptarse a quienes somos, no al revés.

Cuando pienso en cómo uso hoy la IA —en mis procesos, en mis proyectos, en lo que enseño tengo claro que no la adopto para reemplazar lo humano, sino para honrarlo mejor. Para que podamos liderar sin agotarnos, decidir con mayor claridad y acompañar con más presencia.

Por eso insisto en que la inteligencia artificial no solo necesita más ingenieras o programadoras. Necesita más humanidad, más perspectiva, más memoria viva. Necesita incorporar voces como la de mi madre, que no se ha formado en código, pero que ha sostenido vidas, comunidades y futuros.

Lo que se hereda no se automatiza

Hoy tengo más claro que nunca que la inteligencia artificial no reemplaza lo esencial. No sustituye el ejemplo, ni la constancia, ni la capacidad de cuidar. No reemplaza las conversaciones en silencio ni las preguntas que nos hacen mirar distinto. No automatiza el amor, ni la intuición, ni la manera en que una madre sostiene sin decir palabra.

Y tal vez ahí esté el verdadero desafío de este tiempo: usar la tecnología para amplificar lo humano, no para desplazarlo. Hacer de la IA una aliada, no un sustituto. Que nos ayude a liberar tiempo para lo que realmente importa. Para cuidar sin renunciar a crecer. Para trabajar sin dejar de estar.

Este blog, escrito entre trenes, conversaciones y abrazos, es también un acto de presencia. Porque así como ella me enseñó a cumplir con lo que importa, yo me sigo comprometiendo a compartir lo que aprendo, a escribir desde la vida real, y a invitar a otras mujeres a dar el paso hacia la tecnología, sin dejar de ser ellas mismas.

Y aunque hoy celebro con gratitud la posibilidad de tener a mi madre conmigo, también pienso en quienes la recuerdan desde la ausencia. Porque el legado de una madre o de quien haya cumplido ese rol en nuestras vidas permanece en lo que decidimos cuidar, sostener y multiplicar.

Esta semana, más que celebrar una fecha, reconozco la presencia y la ausencia de tantas mujeres que han marcado vidas desde el cuidado, la entrega y la sabiduría cotidiana. A quienes son madres, lo han sido o han acompañado como tales: mi gratitud y respeto. Porque su legado no se mide en gestos visibles, sino en todo lo que seguimos haciendo con lo que nos dejaron.

En ese espíritu, desde IAvanza Mujeres seguimos creando espacios donde la inteligencia artificial no sea un obstáculo, sino una herramienta que nos acerque, que nos aliviane, y que nos permita crecer sin perder lo esencial. Si deseas ser parte de este camino, puedes escribirme a iavanzamujeres@gmail.com.

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