No fue solo un homenaje.

Fue un mensaje. - Adriana Páez Pino

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Este blog es distinto. No hablo de inteligencia artificial. No traigo herramientas, ni metodologías, ni tendencias. Hoy escribo desde otro lugar. Desde algo más íntimo.

Porque hay momentos en la vida profesional que no se explican con datos ni estrategias. Se viven. Se sienten. Y, sobre todo, se honran al contarlos.

No lo esperaba. Una imagen mía iluminó la pantalla principal del auditorio. Debajo, una frase que me sorprendió por su fuerza:

“Una voz que impulsa la participación de las mujeres en la ingeniería en Latinoamérica.”

Fue uno de esos momentos en los que el tiempo se detiene. No por vanidad. Por memoria. Por conciencia de lo recorrido.

En medio de tantos homenajes, fui la primera en ser llamada. Y aunque he estado en muchos eventos a lo largo de mi carrera, esta vez algo fue distinto: verme en esa pantalla, escuchar mi nombre, recibir mensajes de aprecio y reconocimiento sincero… me conmovió profundamente.

Recibí este homenaje durante la conmemoración de los 50 años de ACOFI, el pasado 13 de junio de 2025, y lo que sentí va más allá del aplauso: sentí que mi historia también ha sido parte de la historia de la ingeniería en Colombia. Y no solo por los espacios que he ocupado, sino por los que ayudamos a crear.

Este no fue un homenaje individual. Fue una afirmación colectiva: de que transformar, visibilizar y abrir camino sí vale la pena.

Porque las trayectorias con propósito no buscan protagonismo. Buscan impacto. Y a veces, en medio de la rutina, no lo vemos. Hasta que una imagen nos lo recuerda.

El valor simbólico del reconocimiento

A lo largo de mi trayectoria he estado en muchos escenarios. He entregado reconocimientos, he sido parte de comités, he acompañado procesos de transformación educativa e institucional. Pero esta vez fue diferente.

Este homenaje no fue solo una distinción. Fue una señal.

Una forma de decir que el liderazgo con enfoque de género en ingeniería no pasa desapercibido. Que impulsar la participación de las mujeres en campos históricamente masculinizados ya no es solo un discurso, sino una acción que merece ser visibilizada, valorada y sostenida.

Y lo más significativo es que ocurrió en un espacio que durante décadas fue símbolo de otro tipo de liderazgo. Un escenario técnico, académico, muchas veces formal, donde el reconocimiento no siempre se ha dado con perspectiva. Por eso, verlo hoy transformarse también fue parte del homenaje.

Porque cuando una institución como ACOFI que representa a las facultades de ingeniería del país decide detenerse y mirar con otros ojos, con otra sensibilidad, algo está cambiando.

Y quizás por eso me tocó tanto. Porque hoy, ya desde otra etapa de mi vida, ver este reconocimiento llegar me confirma que todo ese camino valió la pena. No solo por lo logrado. Sino porque quedó algo sembrado. Recoger los frutos de una vida profesional con sentido no se da todos los días. Y cuando ocurre, se agradece con el corazón.

Reencuentros que hacen memoria

A veces, los homenajes no son solo por lo que se dice. También lo son por lo que se revive.

Durante la ceremonia me encontré con personas que han sido parte esencial de mi camino profesional. Presidentes y expresidentes de ACOFI, directores ejecutivos, colegas decanos y decanas con quienes compartí proyectos, decisiones, jornadas de trabajo largas y sueños comunes.

Cada saludo fue una pausa en el tiempo. Un “qué alegría verte” que no venía solo de la cortesía, sino del afecto genuino, de los años compartidos construyendo una ingeniería más fuerte y más humana.

Uno de los momentos que más me conmovió fue escuchar al ingeniero Carlos Julio Cuartas Chacón, quien fue director ejecutivo de ACOFI en los años 80. Su voz serena, lúcida y profundamente ética leyó un texto que no fue solo un repaso histórico: fue una declaración de principios.

Habló de la transformación educativa, de la inteligencia artificial, de los desafíos de este presente que como él mismo dijo

“se transforma más aprisa de lo que nosotros envejecemos.”

Y lo hizo sin nostalgia, pero con memoria, con criterio, con verdad.

Nos recordó que mantener la dignidad del pensamiento sigue siendo urgente, y que, en medio de tanta velocidad,

“vivimos con pasión este presente, atrapado entre un ayer inmodificable y un incierto porvenir.”

Escucharlo fue un regalo. Un recordatorio de que la historia institucional también tiene alma, y que hay personas que la han sostenido con coherencia durante décadas.

Verlo ahí, con esa claridad, fue para mí otro tipo de reconocimiento: el de saber que he sido parte de una generación que tuvo referentes con visión, y que hoy me toca seguir sosteniendo ese legado con voz propia.

Y si tuviera que resumir lo que este reencuentro significó, lo haría con las mismas tres palabras que eligió él para cerrar su mensaje: gratitud, esperanza y pasión.

Tres palabras que no son accesorias. Hoy, en un mundo atravesado por la inteligencia artificial, la automatización y los cambios acelerados, necesitamos gratitud para no olvidar de dónde venimos, esperanza para imaginar lo que aún no existe, y pasión para liderar con sentido.

Porque si algo me ha enseñado este tiempo, es que incluso frente a la tecnología, nuestra humanidad sigue siendo nuestro mayor diferencial.

Las mujeres que abren camino

Entre los momentos que más me marcaron de esta celebración, estuvo la mención a las dos mujeres que han ocupado la presidencia de ACOFI en sus cincuenta años de historia:

Victoria Beatriz Durán Betancourt

y

Olga Patricia Chacón Arias

.

Ambas compartieron su mensaje en video. No estuvieron físicamente, pero sus voces llenas de anécdotas, aprendizajes y visión nos acompañaron con fuerza. Hablaron del camino recorrido, de los desafíos de liderar en su tiempo, y de cómo proyectan el futuro de ACOFI.

Fue imposible no emocionarse. Solo dos mujeres en cinco décadas. Y, sin embargo, allí estaban: recordadas, valoradas, presentes.

Ese momento también me hizo sentir parte de esa continuidad. No fui presidenta de ACOFI, pero sí he estado ahí, abriendo espacio. Y uno de los gestos más significativos de ese recorrido fue haber propuesto que el nombre de Matilda como símbolo del liderazgo femenino en ingeniería hiciera parte de la historia viva de esta asociación.

Gracias a esa decisión colectiva, hoy ACOFI es una de las instituciones fundadoras de la Cátedra Abierta Latinoamericana Matilda y las mujeres en ingeniería, y eso ha dejado una marca. No en mí. En todas. Porque nombrar lo femenino en la ingeniería también transforma.

Y este reconocimiento no fue solo mío. Esa noche, varias mujeres fuimos homenajeadas. Ver sus rostros, escuchar sus historias, sentir que estamos en esto juntas… fue, sin duda, uno de los regalos más hermosos del evento.

Porque abrir camino no es un acto heroico ni aislado. Es una práctica colectiva. Es estar donde no se esperaba que estuviéramos. Y quedarnos. No para ocupar un lugar, sino para transformarlo.

Por eso este homenaje también fue para ellas. Y para todas las que vinieron antes, las que están aquí y las que vendrán.

Hoy más que nunca sigo creyendo que la ingeniería necesita más mujeres no solo en los salones de clase, sino en los espacios donde se toman decisiones.

Porque no se trata solo de sumar nombres. Se trata de cambiar la conversación.

Lo que este momento me enseñó

Hay reconocimientos que llegan como un cierre. Este no fue uno de ellos.

Lo viví como una afirmación. Una confirmación de que lo que he sembrado, desde diferentes roles y etapas de mi vida profesional, ha generado impacto. Y también como un recordatorio: todavía hay camino por recorrer.

Estar hoy en una etapa distinta, con más tiempo para elegir cómo y desde dónde contribuyo me permite mirar con perspectiva. Y al mismo tiempo, con más compromiso que nunca. Porque cuando uno ha trabajado por tantos años en educación, en equidad, en tecnología, sabe que las transformaciones profundas no son inmediatas. Se construyen con paciencia, con visión, con otros y otras.

Este homenaje me enseñó algo que quizás no había verbalizado con claridad: que el legado no siempre se mide por el cargo que ocupaste, sino por los espacios que ayudaste a crear para otras. Y eso es lo que me sigue moviendo.

Hoy no solo quiero seguir escribiendo, formando, compartiendo. Quiero seguir abriendo puertas. Y sobre todo, acompañando a quienes ya están listas para cruzarlas.

Lo que no se nombra también pesa

Recibir este reconocimiento de ACOFI fue un momento profundamente significativo. Y, al mismo tiempo, me llevó a reflexionar sobre otro episodio reciente que contrasta con esa experiencia.

En 2021, LACCEI me otorgó la Medalla al Mérito Académico en un acto virtual debido a la pandemia. Sin embargo, al revisar posteriormente los registros oficiales, noté que mi nombre no aparece. La medalla nunca fue entregada. Y hasta hoy, no he recibido ninguna explicación.

Lo menciono no por figura, sino porque estas dualidades también hacen parte de la trayectoria de muchas mujeres: ser visibilizadas en un lugar y omitidas en otro. Reconocidas públicamente y, al mismo tiempo, borradas de los archivos.

Durante mi presidencia en LACCEI, impulsamos los libros “Matilda y las Mujeres en Ingeniería”, que sembraron la semilla de lo que hoy es la Cátedra Matilda. Por eso, esa omisión no solo toca mi nombre. Toca una parte de la historia compartida.

Contarlo aquí no le resta al homenaje de ACOFI. Al contrario, lo reafirma, porque me recuerda que cuando una trayectoria es sólida, permanece con o sin medalla. Y que el verdadero legado se construye, también, con la decisión de decir las cosas como son.

Cerrar con sentido, seguir con propósito

Después de todo, me queda claro: no es solo el reconocimiento lo que importa. Es el trayecto. Las convicciones que no negociamos. Y los espacios que ayudamos a abrir, aunque no siempre se reconozcan.

Este homenaje llegó como una pausa luminosa. Me dio la oportunidad de mirar lo vivido con perspectiva, agradecer lo sembrado y renovar el impulso para lo que sigue. Porque si algo me ha enseñado este camino, es que el legado no se impone. Se cultiva.

Y que

las voces que transforman no siempre gritan.

A veces simplemente

siguen.

Hoy cierro este capítulo con gratitud, con claridad y con la voz encendida. No para mirar atrás. Sino para seguir adelante, con la certeza de que transformar también es acompañar. Y sostener.

Y en ese camino, quiero expresar un agradecimiento especial al ingeniero Julian Arellana , presidente de ACOFI, y al ingeniero Luis Alberto González Araujo , secretario del Consejo Directivo y Director Ejecutivo. Su apoyo ha sido constante, discreto y profundamente significativo. Este reconocimiento también habla de eso: de los liderazgos que suman sin buscar protagonismo, pero que sostienen con compromiso.

Y si alguien me pregunta por qué seguir, incluso cuando no se nos nombra o se nos omite, tengo una sola respuesta:

Porque lo que verdaderamente importa no es aparecer en una página, sino dejar un legado que perdure en los corazones, en las acciones, en las nuevas generaciones.

Eso, al final, es lo que llena. Es lo que queda.

No fue solo un homenaje. Fue un mensaje.

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